Tristes guerras, si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

Tristes armas si no son la palabra

Tristes, tristes...

Tristes hombres , si no mueren de amor

Tristes, tristes....

Miguel Hernández



viernes, 21 de noviembre de 2008

Las mujeres de mi generación


Es el único tema en el que soy obstinado e intolerante.
En el que no escucho razones:

Las mujeres de mi generación son las mejores.

Y punto.


Hoy tienen cuarenta, cuarenta y pico, incluso cincuenta, y son
bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas,
sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras,
esto a pesar de sus incipientes patas de gallo o de
esa afectuosa celulitis que capitonea sus muslos, pero
que las hace tan humanas, tan reales.
Hermosamente reales.

Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y
vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo
intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y
al cuarto intento. Qué importa.

Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen
como una ciudad sitiada que, de cualquier modo,
cada tanto abre sus puertas a algún visitante.

¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!

Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los
Beatles, de Bob Dylan, de Lou Reed, el mejor cine de Kubrick y el
inicio del "boom" latinoamericano, son seres excepcionales.
Herederas de la "revolución sexual" de la década del 60 y de las
corrientes feministas que, sin embargo, recibieron pasadas por
varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería,
emancipación con pasión, reivindicación con seducción.

Jamás vieron en el hombre a un enemigo a pesar de que le cantaron
unas cuántas verdades, pues comprendieron que emanciparse era algo
más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de
papel higiénico cuando éste, trágicamente, se acaba, y decidieron
pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que tanto se
critica pero que, con el tiempo, resulta ser la única posible, o la
mejor,
al menos en este mundo y en esta vida.

Son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen sufrir,
cuando nos engañan o nos dejan.

Usaron faldas hindúes a los 18 años, se adornaron con collares
precolombinos, se cubrieron con suéteres de lana y perdieron su
parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o de
sábado
después de bailar El ratón, de Cheo Feliciano, en La Teja Corrida o
en
Quiebracanto, con algún amigo que les habló de Kafka, de Gurdjieff y

del cine de Bergman. Al fondo de sus mochilas arahuacas había
paquetes de
Pielroja, libros de Simone de Beauvoir y casetes de Víctor Jara, y
al
dejarnos, cuando no les quedaba más remedio que dejarnos, nos
dedicaban esa canción de Héctor Lavoe que es a la vez un clásico del

periodismo y del despecho, y que se llama Tu amor es un periódico de
ayer.

Se vistieron de luto por la muerte de Julio Cortázar, hablaron con
pasión
de política y quisieron cambiar el mundo, bebieron ron cubano y
aprendieron de memoria las canciones de Silvio y de Pablo,
conocieron
los sitios arqueológicos de San Agustín y Tierradentro (en esa época

se podía ir sin temor a la guerrilla, qué nostalgia), fueron con sus

novios a las playas del parque Tayrona, durmiendo en carpa y
dejándose
picar por los mosquitos, porque adoraban la libertad, algo que hoy
le
inculcan a sus hijos, lo que nos hace prever tiempos mejores, y,
sobre todo,
juraron amarnos para toda la vida, algo que sin duda hicieron y que
hoy siguen haciendo en su hermosa y seductora madurez.

Supieron ser, a pesar de su belleza, reinas bien educadas, poco
caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana. El tipo de mujer
que, cuando le abren la puerta del carro para que suba, se inclina >sobre la
silla y, a su vez, abre la de su parejo desde adentro. La que recibe
a
un amigo que sufre a las cuatro de la mañana, aunque sea su ex
novio,
porque son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen
sufrir,
cuando nos engañan o nos dejan, pues su sangre no es tan helada como

para no escucharnos en esa necesaria y salvadora última noche en la
que están dispuestas a servirnos el octavo whisky y a poner,
por sexta vez, esa melodía de Santana.

Por eso, para los que nacimos entre las décadas del 50 y 60, el día
de la mujer es, en realidad, todos los días del año, cada uno de los
días
con sus noches y sus amaneceres, que son más bellos, como dice el
bolero, cuando estás tú.

¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!


Por Santiago Gamboa

4 comentarios:

Unknown dijo...

Si, hermosas...todsvía conservan la risa de bambula y el corazón en Vila Gesell (guitarra en las fogatas con sui generis)

AG, te adoro a la salida de Dover Coll, en "silver Sea"

REL

Anónimo dijo...

con las dispensas de la sala, discrepo, ellas no son mujeres, ese apenas es un seudonimo, para disimular sus profundidades.....
(el soldado)

Gabriela Daumas dijo...

Esa profundida que nos convierte en supernova ,en besos crepusculares o en Ana Clara...
Gracias Soldado

©Claudia Isabel dijo...

yo soy de esa generación y me encanta!!!
Abrazos